LAS CONDUCTAS DESAFIANTES EN EL CONTEXTO ESCOLAR.
Es relativamente fácil imaginarse cómo los niños
aprenden los nombres de determinadas cosas:
pelota, perro, árbol, comida, papá.
Pero cuesta mucho más entender cómo aprendemos
después a nombrar la soberbia, la amargura, el amor,
la felicidad o la melancolía. ¿Cómo se nombraron las emociones?,
¿hay otros sentimientos además de los que el lenguaje contabiliza?
Jaume Trilla
El proyecto de investigación “La optimización del desarrollo socioemocional de los niños, como programa preventivo en la Sala de Intervención y Asesoría Pedagógica SIAP” surge en 2007 en el marco de la Convocatoria de Ayudas para Programas de Cooperación Interuniversitaria e Investigación Científica entre España e Iberoamérica de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID).
I. ¿QUÉ SON LAS CONDUCTAS DESAFIANTES?
Los primeros años de vida ejercen una influencia muy importante en el desarrollo personal y social del ser humano. En este periodo, niños y niñas desarrollan su identidad personal, adquieren diferentes habilidades y aprenden pautas de conducta básicas para participar e integrarse en la vida familiar, escolar y social.
En el contexto escolar se producen infinidad de interacciones entre las que podemos observar el estilo de cada alumno y alumna en las relaciones sociales y en la resolución de conflictos, algunas de estas conductas pueden ser catalogadas como conductas desafiantes, las que afectan a las relaciones sociales con adultos e iguales y a las posteriores estrategias de interrelación o las que dificultan el aprendizaje.
La conducta desafiante es cualquier tipo de conducta que interfiere en el aprendizaje o en el normal desarrollo de los niños y niñas, que resulta dañina para ellos, o para otros compañeros, compañeras o adultos, o que les sitúan entre la población que tiene alto riesgo de manifestar posteriormente problemas sociales o fracaso escolar (Langley 2008, p. ii).
Según Emerson (1995), el término “conducta desafiante” se refiere a: (Toda) conducta culturalmente anormal de tal intensidad, frecuencia o duración que es probable que la seguridad física de la persona o de los demás corra serio peligro, o que limite el uso de las oportunidades normales que ofrece la comunidad, o que, incluso, se le niegue el acceso a dichas oportunidades.
De esta última definición podemos destacar que, por un lado, la cultura propia de cada contexto va a jugar un papel fundamental en la consideración de la conducta como desafiante o no y, por otro, que la limitación de oportunidades (para aprender y desarrollarse) determina que algunos comportamientos sean catalogados con esa definición, ya que las conductas están condicionadas por las consecuencias que producen tanto en el propio individuo, como en el resto de las personas que comparten su entorno.
Las conductas desafiantes constituyen, con frecuencia, el medio que utilizan los niños y niñas que carecen de las habilidades comunicativas y socioemocionales necesarias para expresar sus necesidades y aparecen cuando existe un desajuste en la interacción que establecen con su contexto social (Carr, McConnachie, Carlson, Kemp, y Smith, 1996; Tamarit, 2005).
Como consecuencia de todo ello, consideramos fundamental asumir el reto de contribuir a favorecer el desarrollo de la competencia socioemocional de niños y niñas, de enseñarles habilidades y de crear un entorno que responda a sus necesidades en el contexto de la Educación Preescolar, como forma de prevenir posibles conductas que puedan ser dañinas para cualquier persona de la escuela, incluyendo a quien las protagoniza.
II. SUPUESTOS BÁSICOS DE LA PSICOLOGÍA ACTUAL
Tamarit (1995, 2005) establece varios supuestos básicos que caracterizan la manifestación de las conductas desafiantes. Destacamos los dos siguientes:
a) Pueden tener un carácter comunicativo, ya que a través de ellas niños y niñas manifiestan sus emociones o estados de ánimo como enojo o tristeza y, con ellos, sus necesidades insuficientemente satisfechas.
b) Constituyen la expresión de un desajuste entre el individuo y el entorno; por lo tanto no son un “problema de conducta” que tienen los niños y niñas, sino conductas que nos retan, nos desafían, a los profesionales, a los familiares, a los servicios educativos a disponer la mejor respuesta atendiendo al óptimo desarrollo de esos niños y niñas en su contexto social y cultural.
Bajo estos supuestos, mucho más afinados de la realidad que ocurre, además del análisis clásico (antecedentes y consecuencias) que venimos realizando cuando queremos determinar de manera más exacta cómo se está produciendo la conducta y por qué, debemos distinguir los dos componentes que se encuentran íntimamente relacionados, pero independientes y versátiles en cada uno de sus aprendizajes:
1. La forma (topografía): Que es la manifestación de la conducta, por ejemplo, el berrinche.
2. La función (objetivo): Que es la intención que la persona persigue con esa conducta, continuando con el ejemplo anterior, con el berrinche un niño podría intentar comunicarnos que no se encuentra
bien.
III. PERSPECTIVAS PARA ABORDAR LAS CONDUCTAS DESAFIANTES
La primera se podría identificar con lo que tradicionalmente ha sido una perspectiva “negativa” de la conducta, abogada bajo el planteamiento de que ésta era intencionalmente mala y por lo tanto merecedora de castigo. Ahora los nuevos enfoques del estudio de la conducta ya no tienen este planteamiento tan simplista, sino que ven los problemas de conducta desde una perspectiva “positiva”, como una interacción desajustada, merecedora de ayuda y empatía y, por lo tanto, de acciones encaminadas a dotar de aprendizajes positivos y comunes para garantizar una mejora en el desarrollo de las interacciones.
Cuando pretendemos intervenir para ayudar a la persona que presenta una conducta desafiante nos encontramos con dos enfoques que, en muchas ocasiones no son excluyentes, pero que es posible que unas intervenciones enfocadas simplemente en “cómo parar la conducta” cuando ésta ya se ha producido, basadas en el Abordaje Reactivo, pasen por alto otras actuaciones altamente recomendables, basadas en el Abordaje Proactivo (o constructivo), que son todas aquellas actuaciones y aprendizajes que podemos ofrecer al individuo para prevenir la aparición de la conducta.
A. LA PERCEPCIÓN DE LAS CONDUCTAS DESAFIANTES DESDE LOS DOS ENFOQUES
El enfoque tradicional o reactivo percibe la conducta desde el momento en que ésta ya se ha producido, por lo que genera actuaciones para frenarla y/o corregirla.
El enfoque actual defiende la necesidad de dejar de considerar al sujeto como un ser aislado y de interpretar sus conductas como negativas o positivas sin más. Y afirma con rotundidad que las conductas de los niños y niñas, como las del resto de las personas, no pueden entenderse con independencia del contexto en el que se encuentran y, por lo tanto, debemos realizar un cuidadoso análisis para determinar las actuaciones y aprendizajes necesarios para mejorar la vida de las personas y su relación con el entorno.
Este enfoque retoma el supuesto básico de la Psicología Ecológica que concibe el desarrollo como resultado de un compromiso permanente entre el individuo y el entorno y, como consecuencia, interpreta sus conductas como producto de la interacción que éste establece con su contexto. Cuando este contexto responde a las necesidades de los niños y niñas, sus comportamientos no resultan problemáticos, pero cuando deja de hacerlo, aparecen las conductas desafiantes.
Por ello, este enfoque percibe la conducta desafiante como una alteración de la interacción que se establece entre el sujeto y su contexto, que nos muestra que algunas de sus necesidades están quedando sin cubrir.
B. ENFOQUES PARA AFRONTAR LAS CONDUCTAS DESAFIANTES
Estas dos formas distintas de percibir la conducta desafiante conducen a plantear dos formas diferentes de intervenir. La primera de ellas, la perspectiva tradicional tiene un carácter exclusivamente reactivo. Propone intervenir inmediatamente después de que aparezcan las conductas desafiantes, con una actitud poco comprensiva de la situación que deriva generalmente en el castigo.
Por el contrario, la perspectiva actual apuesta por una intervención de carácter eminentemente preventivo y proactivo, aunque en el caso de ser necesario puede plantear actuaciones reactivas, pero entendiendo la conducta siempre como una base de interrelación positiva. Si orientamos nuestras actuaciones en prevenir la aparición de estas conductas, en optimizar el ambiente de enseñanza-aprendizaje y en mejorar la competencia socioemocional, deberíamos tener en cuenta tres ámbitos de
actuación distintos, pero estrechamente relacionados:
* La creación de un entorno en el que todos los niños y niñas quieran estar. Un contexto caracterizado por el establecimiento de relaciones sociales satisfactorias y por la participación de todos y de cada uno de los alumnos y alumnas de la clase en las actividades que se realizan en la escuela.
* La presencia de actitudes y actuaciones de la maestra dirigidas al fortalecimiento de la autoestima de niños y niñas y a la adquisición de una mayor confianza en sí mismos. En este ámbito es fundamental la observación constante del alumnado para detectar las posibles señales de insatisfacción y/o las que preceden a la aparición de conflictos con el fi n de ofrecerles el apoyo necesario para una resolución adecuada.
* Una guía activa que facilite el desarrollo de la autorregulación, de la comunicación, y el aprendizaje de habilidades sociales. Se trata de diseñar y desarrollar las actividades escolares aplicando estrategias adecuadas para que los alumnos y alumnas aprendan a regular sus conductas, a comprometerse con la buena marcha del grupo y a adquirir las habilidades sociales y comunicativas necesarias para el establecimiento de las relaciones de amistad, entre las que Fox, Dunlap, Hemmeter, Joseph y Strain (2003) destacan la capacidad para organizar los juegos, compartir los juguetes y materiales, turnarse, desarrollar la empatía, recibir y mostrar manifestaciones de afecto, ayudar, felicitar a los otros, disculparse, controlarse y resolver adecuadamente los conflictos interpersonales.
Este tipo de intervención, denominado con frecuencia “Apoyo Conductual Positivo” (Positive Behavior Support) (Carr, Dunlap, Horner y otros, 2002), aplica un modelo de intervención basado en valores y centrado en la persona.
Como señala Tamarit (2005) este modelo pretende ayudar a las personas para que aprendan a:
* Disfrutar de sus vidas.
* Vivir con la máxima independencia.
* Vivir una vida plena, trabajar y jugar totalmente integradas en su comunidad.
* Resolver los problemas de conducta que dificulten el logro de los tres objetivos anteriores.
Se trata de un modelo de intervención, como defiende Tamarit (2005) de nuevo, basado en la ética que rechaza todo tipo de actuación que vulnere los derechos del individuo o que aminore en lo más mínimo su dignidad. Las intervenciones han de ser socialmente valoradas, profesionalmente competentes y centradas en la persona.
IV. LA PIRÁMIDE DE LA ENSEÑANZA
La pirámide de la enseñanza es un modelo diseñado por los investigadores norteamericanos Fox, Dunlap, Hemmeter, Joseph y Strain (2003), para apoyar el desarrollo de la competencia social y prevenir la aparición de conductas desafiantes en niños y niñas preescolares.
Estos investigadores constatan que muchos educadores de preescolar afirman encontrarse insuficientemente preparados para responder a las necesidades de los alumnos y alumnas que presentan conductas desafiantes, que organizan ineficazmente el tiempo en sus clases pues dedican la
mayor parte del mismo a controlar el comportamiento de unos cuantos y poco a apoyar el aprendizaje de todos y que, en definitiva, sienten no tener la competencia necesaria para transformar el aula en un contexto seguro que optimice su desarrollo.
La pirámide de la enseñanza pretende configurar un marco de actuación docente y, con él, un contexto de enseñanza-aprendizaje capaz de mejorar los niveles de la práctica educativa que son necesarios para prevenir la aparición de conductas desafiantes y mejorar el desarrollo social y emocional del alumnado. Estos niveles de práctica se encuentran jerárquicamente organizados y estrechamente relacionados entre sí. El primero de ellos, considerado como requisito básico de toda acción educativa, es el establecimiento de relaciones sociales positivas entre todos los miembros de la comunidad educativa. El segundo se dirige a ayudar a las maestras a organizar espacial y temporalmente la escuela con el fin de crear contextos que apoyen el aprendizaje y el desarrollo
emocional y social. El tercero está reservado a los alumnos y alumnas que se encuentran en situación de riesgo, a aquellos que parecen tener más probabilidades de terminar presentando dificultades para regular su propia conducta y para relacionarse adecuadamente con los otros.
La práctica situada en el cuarto nivel de la pirámide ofrece un modelo de intervención para actuar con los niños y niñas que ya presentan estos comportamientos.
Este texto trata sobre los tres primeros niveles de práctica educativa, sobre los que tienen un carácter preventivo.
Piense y conteste (esta actividad está basada en las propuestas por Magerotte, Houchard, Deprez, Bury, y Magerotte, 1994).
¿Qué son las conductas desafiantes?
¿Tiene algún alumno o alumna con estas conductas?
¿Cuál es su reacción ante ellas?
¿Por qué piensa que aparecen estas conductas?
¿Cómo cree que debe actuar ante ellas?
¿Con qué fin actuaría así?
¿Qué papel cree que juega el contexto social en su aparición?
¿Qué puede hacer la escuela puede para prevenir su aparición?
BIBLIOGRAFIA
Escribano, Laura y Ortíz, Monica, (2010). El desarrollo emocional y la prevención de conductas desafiantes. En La prevención de conductas desafiantes en la escuela infantil.Un enfoque proactivo. p.p. 20-27. México. D.F. Jit. Press. S.A. de C.V.